Fedro, Fábulas, 3
En el prólogo de su segundo libro, nos revela que su intención es la misma que la de Esopo, enseñar con ejemplos, y no le importa que sus historias pierdan la gracia con tal de que deleiten el oído y sean útiles sus enseñanzas. Por ello pide comprensión al lector por insertar cosas suyas.
La comparación con Esopo, ya consagrado, no le beneficia y siempre trata de dar a conocer lo que les une y lo que les diferencia para apoyar su propia obra. Siempre con el convencimiento del valor de su trabajo y la novedad que supone en el género.
Un águila, una corneja y un galápago
Un águila levantó en alto a una tortuga, y como ésta había recogido su cuerpo entre sus conchas, allí encerrada no podía ser herida de ningún modo. Vino por los aires una corneja y volando cerca del águila, le dijo: has echado las garras a una buena presa, pero si yo no te enseño lo que has de hacer, te fatigarás en vano con esa pesada carga. El águila le ofrece parte de la presa y la corneja le aconseja que, desde lo alto, la estrelle contra un peñasco para que se rompa el caparazón y puedan comer a gusto su carne. Animada con estas palabras, siguió su consejo y pudo repartir la comida con su consejera. Así el galápago, que se encontraba seguro por su naturaleza, no pudiendo resistir a los dos, vino a perecer desgraciadamente.
Ninguno está suficientemente preparado contra los golpes de los poderosos; pero si a estos se les une un consejero malintencionado, la fuerza y la malicia arruinan todo lo que se propongan.
En el epílogo de este libro nos refiere que la envidia sigue y persigue a la virtud. Comienza diciendo que los atenienses levantaron una estatua a Esopo, para que se supiera que la carrera del honor, estaba abierta a todos y que la gloria, depende de la virtud y no del nacimiento. Tras declarar que estará orgulloso de su obra, termina con un vaticinio de lo que le va a ocurrir:
"Mas si esta obra erudita cae en manos de aquellos, a quienes la naturaleza echó al mundo, con malas artes, y que nada saben, sufriré con buen ánimo la fatalidad de mi estrella, hasta que la Fortuna se avergüence de su injusticia."
Y no se equivocó. Tras su segundo libro, bajo el gobierno de Tiberio, se ganó la enemistad del poderoso Sejano, quien le acusó de haber hecho maliciosas alusiones personales tras la máscara anónima de los animales en sus libros. Fue condenado por ello y cayó en desgracia. Su estado, de absoluta precariedad, lo llevó a pedir ayuda a otros libertos ricos, como Eutico y Particulón, a los que dedicaría dos de sus libros. ¿ Quién es el personaje al que se enfrentó? Era un político y militar romano, amigo y confidente de Tiberio; llegó a ser prefecto de la guardia pretoriana (la misma que años más tarde pondría y quitaría emperadores a su capricho, llegando incluso a subastar el cargo), lo que le sirvió para ir acumulando cargos y poder y a la vez ir eliminando a sus adversarios políticos, incluido el hijo del emperador (Druso el Menor). Cuando Tiberio se retira a la isla de Capri, en el año 26 d.C., Sejano quedó en posesión de toda la administración del Imperio. Su carrera terminó cuando fue ejecutado en el año 31 d.C. sospechoso de conspiración.
En el prólogo de su siguiente libro, se encuentra la dedicatoria a Eutico, liberto que le estaría ayudando en ese tiempo tras su condena. Aquí nos habla de su lugar de nacimiento y de los motivos por los que se creó la fábula. También expresa una queja sobre Sejano por ser acusador, testigo y juez al mismo tiempo, pero aún así le pide excusas porque no está en su ánimo "tildar a los particulares, sino descubrir el modo común de vivir y las costumbres de los hombres."
Es evidente que sus alusiones críticas y su simpatía por los más desfavorecidos no pasaron desapercibidas para unos gobernantes que iban adquiriendo cada vez más poder y exentos de limitaciones. De los que hemos visto aquí, ni Tiberio, ni Calígula, ni Nerón, tuvieron un comportamiento digno de imitarse y han entrado en la historia por sus tropelías y conductas injustas e inmorales. El único que se preocupó por la dignidad del cargo y el Imperio fue Claudio, y con bastante éxito, a pesar de ser nombrado emperador por la guardia pretoriana.
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