Fedro, Fábulas, 5


   El prólogo de su último libro nos cuenta sus razones para seguir escribiendo, a pesar de que había decidido terminar. A las fábulas ya escritas, no las llama de Esopo sino esópicas, que ni mucho menos significa lo mismo, y se reafirma en que seguirá componiendo en su estilo, aunque "valiéndome de cosas nuevas." El libro está dedicado a su otro amigo, Particulón.

   Unos caminantes y un ladrón
   Dos hombres caminaban despreocupados, cobarde uno, pero valiente el otro. Les asalta un ladrón y amenazándoles con darles muerte, les pide la bolsa. El valiente se abalanzó sobre él y le atravesó con su espada. Muerto éste, acude el compañero cobarde, desenvaina su acero y dice: Déjamelo que le haré saber con quien se las ha de ver. Entonces el que lo había matado, le respondió: me hubieses ayudado antes con tus palabras, y me habría sentido alentado creyendo que iban de veras. Pero ahora, envaina la espada y también esa lengua fanfarrona, y trata de engañar a otro que no te conozca. Yo, que por experiencia, he visto lo rápido que huyes, sé muy bien que no se puede uno fiar de tu valor.
   Es propio de cobardes, mostrarse valientes estando fuera de peligro. Esta fábula se debe aplicar a aquel que presume de valor estando seguro pero que, en un trance penoso, escapará.

   Su epílogo es una despedida, "aún tengo muchas cosas que decir, y hay una gran variedad de asuntos; pero las agudezas, con moderación, son agradables y sin ellas, empalagan. Por tanto, Particulón, varón justísimo, cuyo nombre vivirá en mis escritos mientras se tenga en estima la lengua latina; aprueba ya, si no mi ingenio, a lo menos la concisión, la cual es tanto más loable en cuanto a que los poetas suelen ser más prolijos."

   Una lectura muy recomendable, de sus sentencias veremos que son cosas que resultan tan evidentes, que casi todas las admitimos y conocemos, pero no está de más, que de vez en cuando, alguien nos las recuerde y reflexionemos sobre ellas. Su lectura es muy fácil y los temas siguen estando tan vigentes hoy como en su época.

   Después de Fedro, parece que hay una parada en la producción de fábulas, aunque su popularidad no decayó durante la Edad Media. No podía ser de otra manera en una edad en la que predominarán los temas moralizantes,(monopolio de la religión cristiana sobre la cultura y las almas, aunque deberá enfrentarse al islam algo más tarde, y que no había consumado aún el cisma formal con los cristianos de oriente, que llegará siglos después), y los didácticos (con la aparición de las órdenes mendicantes).
   Al hilo de esto, merece la pena que conozcamos algo que contribuyó y mucho en la difusión de este género en Europa y que ocurrió en la Península Ibérica, a la que por esas fechas no podemos denominar aún España. En el siglo VIII, la Península fue invadida por los musulmanes, y desde el principio, comienza desde el norte, lo que llamamos la Reconquista (aunque, excepto al final, no existía ningún plan premeditado de echar a los musulmanes), ésta terminará el año 1.492 con la toma de Granada. Pero en este tiempo, aquí convivían musulmanes, cristianos y judíos, unas veces bien y otras a golpes. Esto va a permitir que a finales del siglo XI nos lleguen a través de los musulmanes, los cuentos y fabularios hindúes, originariamente escritos en sanscrito, pero ya traducidos al árabe. Creo que es la única época de España en la que hemos dominado otro idioma que no sea el nuestro.
   A principios del XII, un judío converso, Moseh Sefardí, conocido posteriormente como Pedro Alfonso, es el que los va a recoger, en una obra llamada "Disciplina clericalis", ciencia para doctos, que escribirá en latín, y a esos cuentos añadirá las fábulas que hemos visto, sentencias filosóficas judías, relatos bíblicos y exemplas, elegidos por su función moralizadora y también la doctrinal. Su obra tuvo una gran difusión por Europa, y era empleada en los sermones junto con los exempla que ya se usaban, como ayuda para su composición, debido al bajo nivel cultural que tenía el clero más bajo. La misa era en latín, pero desde el Vaticano se determinó, que los sermones debían hacerse en las lenguas vernáculas, ello por su carácter didáctico y el desconocimiento del latín por el pueblo, incluidos los nobles, sea dicho de paso.
   Durante el Humanismo, las fábulas de Esopo y Fedro, llegan a las universidades y se convierten en asignaturas obligatorias. El siglo XVII será el de la edad de oro del género, sobre todo con el francés La Fontaine que la moderniza, pero éste será otro tema...

 

 

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