Montesquieu, Cartas persas, 4


   En esta, podemos llamarla, primera parte, también hablarán los eunucos entre ellos, IX, XV, XXII, ampliando nuestra comprensión del serrallo. Pero también nos hablará el protagonista de sus dudas ante el viaje y la separación de sus mujeres, "no es que las ame, ni siquiera las deseo, he evitado el amor y lo he destruido con sus propias armas", y de la verdadera razón por la que deja Isfahan, VI y VIII, "alejarme de una corte corrupta, dónde con la verdad turbé a la adulación, dejando atónitos a los adoradores y al ídolo".

   La carta X, la recibe Usbek, de su amigo Mirza. Echa de menos sus conversaciones sobre la moral y la felicidad porque los mulajs le desesperan con sus citas del Corán (aquí podríamos poner el nombre de cualquier texto sagrado), porque no me dirijo a ellos como creyente sino como hombre, ciudadano y padre de familia. Comenzamos a ver algunos de los planteamientos que trae la Ilustración, una nueva religiosidad y la fe puesta en la razón.

   Usbek le va a responder con un cuento, el de los trogloditas, que ocupa cuatro cartas, de la XI a la XIV. En su respuesta, Montesquieu, nos hace un discurso político sobre cómo se desarrollan y evolucionan las sociedades y sus y caracteres. Yo creo que en este caso, asume el carácter cíclico de la historia, osea, que la ésta se repite una y otra vez; opinión que no comparten todos los autores.
   El cuento comienza con un pueblo egoísta, los trogloditas, que no respeta nada y donde cada uno sólo se ocupa de sí mismo; estos trogloditas tienen un rey tan malvado como sus súbditos que los trata severamente. Tal vez un símil sobre el absolutismo. Matan al rey y es el caos, la anarquía.
   Sufren una epidemia y maltratan al médico que les ayuda, así que cuando la enfermedad reaparece, no encuentran quien se ocupe de ellos. Sólo se salvan dos familias alejadas, las únicas que tenían humanidad, conocían la justicia y la virtud, y eran piadosos. Llevaban una vida feliz y tranquila, y su único afán era transmitir la virtud a sus hijos. Les enseñaban que siempre el interés particular se encuentra en el interés común. El pueblo crecía y prosperaba a la vez que su virtud. Aquí se representa a una democracia patriarcal, un sistema capaz de crear una sociedad idílica. Pero ésta sigue creciendo y llega un momento en el que piensan que, los inconvenientes crecen y que necesitan un rey. Con lo que volvemos a la primera situación. El elegido para ello, llora, no quiere aceptar el ofrecimiento, y les dice: veo vuestras intenciones, la virtud comienza a ser una pesada carga y preferís, someteros a un príncipe y a sus leyes, que serán menos rígidas que vuestras costumbres.
   La moraleja es que las costumbres son más eficaces que las leyes, volverá sobre ello más adelante, y que todos los regímenes políticos, buenos o malos, existen durante un período de tiempo limitado.

   A continuación tenemos tres cartas entre Usbek y un mulá, clérigo de la rama chiita del islam (Irán). La otra rama es la sunita (prácticamente el resto de países musulmanes), minoritaria en Irak pero la que gobernaba el país hasta la Guerra del Golfo. Primero le pide que cuide de su alma, XVI, y en la siguiente, le plantea algunas dudas para que se las disipe. "Me parece que las cosas en sí, no son ni puras ni impuras" y en este punto, plantea dudas sobre el conocimiento de el mundo a través de los sentidos, lo contrario de la fe puesta por los intelectuales del Siglo de las Luces en la ciencia. A este planteamiento llega porque un mismo objeto no afecta a todos los hombres por igual, es subjetivo, depende de cada uno, Montesquieu nos muestra su cercanía a la doctrina del relativismo, lo real no tiene una base permanente, está basado en los vínculos entre los fenómenos, y el conocimiento no alcanza lo absoluto, sólo las relaciones. La construcción de la realidad, depende de cada uno, es subjetiva, y surge de las circunstancias.
   La respuesta del mulá nos va a dejar clara la oposición del autor a los dogmas, que en este caso ni siquiera son teológicos, y la necesidad de una religiosidad natural que se ocupe del hombre, de la salvación de su alma pero sin meterse en cuestiones que no le conciernen.

   La carta XIX, de Usbek a un amigo, hablando de su paso por los dominios del Imperio turco, es curiosa porque, aparte de las críticas, hace un vaticinio sobre su futuro: en dos siglos, será el escenario de los triunfos de cualquiera.

  La última carta de este grupo, la XXIII, es para decirle a su amigo Iben que ya han visto la primera ciudad cristiana, Livorno, y que están deseando de llegar a París.
                                                                                    12 de la luna de Zilhagé de 1.712 (febrero).

   Concluida la primera serie de cartas, ya nos hacemos una idea de cómo son nuestros personajes y sus circunstancias para emprender el viaje. Ya estamos en situación de poder echar una mirada, satírica las mayoría de las veces, sobre una sociedad que se prestaba a ello, decadente en los últimos años del reinado de Luis XIV, optimista con el período de transición de la Regencia, al principio, y enfrentada a su pasado glorioso y los nuevos deseos de cambio, de ruptura con el pasado.

 
 

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