Montesquieu, Cartas persas, 12
Estamos en el siglo donde los avances científicos experimentan un vertiginoso desarrollo. Aunque confiados en el bienestar que las ciencias nos procuran, no podemos evitar que nos asalten dudas sobre sus resultados, lo que parece inherente a todo cambio, y estas dudas las expresará Redi, con su visión pesimista de lo que nos traen los avances científicos, en la carta CV, "no sé si la utilidad que reportan compensa a los hombres del mal uso que a diario se hace de ellas. Siempre temo que, al fin, un día se consiga descubrir algún secreto que dé la clave para matar más rápidamente a los hombres y destruir pueblos y naciones enteras".
Sobre las artes nos habla de la misma manera: casi todas las monarquías se han fundado en la ignorancia de las artes, y han sido derrocadas por haberlas cultivado demasiado.
La respuesta la dará Usbek en la siguiente carta. A pesar de mostrarse al principio de acuerdo con él, pasa enseguida a defender las artes y a negar que aunque se inventase un arma con ese poder, las naciones desterrarían ese conocimiento. Una visión ingenua de ese aspecto de la naturaleza humana. No son las artes las que ablandan a los hombres, es la ociosidad, que de todos los vicios es el que más debilita el ánimo. Nos habla de París como una ciudad refinada pero donde la vida tal vez sea más dura. "Para que un hombre lleve una vida placentera, es preciso que otros cien trabajen sin descanso". Alaba el trabajo y la pasión por el mismo, cree que si se desterraran las artes que no son imprescindibles para vivir, ese Estado sería uno de los más miserables de este mundo. Lo que está plenamente de acuerdo con sus ideas sobre cuales deben ser las bases para que un Estado prospere.
A pesar de todo lo dicho, a mi parecer, termina con un sarcasmo que encaja perfectamente con el escepticismo y la ironía de la que hace gala Montesquieu en toda la obra:
La deducción que debemos sacar de todo lo dicho, Redi, es que para que un príncipe sea poderoso, es necesario que sus súbditos vivan bien y que se esfuerce en proporcionarles toda clase de cosas superfluas, con tanta aplicación como si fueran las cosas más necesarias de la vida.
La carta XCVII la dedica a los logros de las ciencias en Europa, "no podrías creer hasta dónde han llegado; han desenmarañado el caos y explicado el orden de la arquitectura divina por un sencillo mecanismo; nos hablan únicamente de leyes generales, inmutables y eternas que se observan sin excepción con un orden". A continuación nos enumera algunos casos a los que da respuesta el conocimiento científico, pero se puede apreciar que para el autor eso no lo es todo porque minimiza el orden divino de la creación.
A la universidad le dedica la CIX, no sale muy mal parada en comparación con otras instituciones pero le recrimina que pierdan el tiempo en discusiones inútiles. "Las grandes instituciones dan tanta importancia a las pequeñeces y las formas vanas, que lo esencial siempre queda en segundo plano".
En este tiempo de tantos avances y en tantos campos, y donde todos pueden opinar de todo, no sería raro encontrar personajes que aparentaran ser intelectuales. Dedicada a ellos es la CI, dónde un personaje remite a quienes le preguntan algo, a que lean una pastoral que ha escrito echando mano a todo su saber. Presionado, tiene que poner a prueba sus capacidades conversando con los que le rodean. Comenzó a decir disparates teológicos y cuando alguien le negaba algún principio decía: eso es verdad porque así lo hemos decidido y porque somos jueces infalibles, ¿acaso no ve que nos ilumina el Espíritu Santo? La respuesta es de Usbek: Menos mal, porque me parece que, vista la manera que tiene de explicarse, mucho necesita que le iluminen.
Alusión a la falta de preparación del clero y su, cómodo para ellos, abuso de la calificación de dogma para imponer sus ideas, basado todo en argumentos teológicos subjetivos y estériles, de todo lo cual, Montesquieu, ya nos ha dado muestras de su oposición.
La carta anterior está datada en el año 1.717 y la que paso a comentar en 1.720, osea que se corresponde casi con el fin de la Regencia y por ello con la finalización de su obra. En la CXLV, tras comenzar, irónicamente, hablándonos del talento, "un hombre de talento se relaciona con dificultad, elije a unos pocos y se aburre con gran cantidad de gente que considera vulgar; imposible que no se le note que se siente a disgusto con ella. Seguro de agradar cuando desee, muy a menudo declina hacerlo". Lo compara con los mediocres y resulta perdedor, "el mediocre trata de sacar partido de todo porque sabe que no puede permitirse el lujo de perder nada por negligencia". Esta situación la traslada, a continuación, a los eruditos y a la desconfianza que despiertan en la gente que les rodea.
Todo lo anterior, es la excusa que le da la entrada para tratar el asunto que le interesa que no es otro que la persecución a la que se veían sometido los intelectuales, la prohibición de sus obras, como ésta que nos ocupa (Diderot las tenía prohibidas incluso antes de su publicación y, él mismo, sujeto a vigilancia policial permanentemente), su edición en el extranjero por la censura e incluso la cárcel.
"Todos los sabios eran antaño acusados de practicar la magia. Actualmente ha caído en desuso y apenas podría evitar que le acusen de irreligión o de herejía"... "Pero el autor no sólo tiene que soportar todos esos insultos; no sólo tiene que experimentar una inquietud continua por si su obra tendrá éxito. Por fin, esa obra que le costó tanto es editada y le llueven ataques por todas partes."
"Un hombre al que le falta cierto talento, se desquita despreciándolo, aparta el obstáculo que se interponía entre el mérito y él y, de esa forma, se pone al nivel de aquel cuyos trabajos teme. Los sabios no sólo tienen que soportar esta reputación equívoca, sino también la privación de los placeres y la pérdida de la salud."
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