Montesquieu, Cartas persas, 13


   Otro gremio al que le dedica varias cartas es el de los periodistas. En CIX comienza hablando de los autores noveles. Se queja de que sólo con leer los cumplidos, los lectores ya están en las últimas, obligados a entrar medio muertos en una materia ahogada en medio de un mar de palabras. Alargan sus temas de manera proporcional a sus aspiraciones, sin que nada les importe el pobre lector que se mata por reducir lo que tanto le ha costado al autor ampliar. Recrimina a los periodistas que sólo hablen de libros nuevos y de que se abstengan de criticar aquellos de donde sacan sus extractos.
   En París había un grupo de personas, los llamados gacetilleros, que se reunían en el Jardín de las Tullerías para darse noticias de forma oral o manuscrita en gacetas. Directamente, en la CXXX,  nos dice que son inútiles para el Estado, aunque ellos se creen muy importantes, la base de sus conversaciones es una curiosidad frívola y ridícula; es impensable que acepten ignorar algo. En cuanto agotan los temas del presente, se lanzan a hablar del futuro, y adelantándose a la Providencia, hablan por ella. Dentro de la carta hay otras tres que los caricaturiza y que logra que nos sintamos como si hubiésemos estado ante uno de esos corros.

   En la carta CXLIII le toca el turno de nuevo a los charlatanes y a la credulidad de un pueblo que aún cree en la superstición. "¡Cuán desgraciados son los hombres! Oscilan sin cesar entre falsas esperanzas y temores ridículos, y, en vez de apoyarse en la razón, inventan monstruos que los intimidan o fantasmas que los seducen". Lo que le permite defender el empirismo de su tiempo, apoyado en un materialismo que prima las leyes y reglas de la naturaleza a lo sobrenatural.
   Con la oportunidad que esto le brinda, incluye la carta de un médico a otro para ridiculizar a algunos autores de libros piadosos y la charlatanería de otros.

   Pasamos a lo que piensa que son vicios nacionales y volvemos a la inconstancia y para hablar de ella, toma el caso de la moda en su carta XCIX. "Estoy asombrado por los caprichos de la moda entre los franceses. No se acuerdan de cómo iban vestidos este verano e ignoran aún de qué manera lo harán este invierno". No le describe cómo visten porque cuando terminase la moda ya habría cambiado, si se va seis meses de París, al volver, pensaríamos que lleva fuera treinta años; un hijo no reconoce a su madre en un retrato...
   "Lo que ocurre con las modas sucede también con las maneras y la forma de vida: los franceses cambian sus costumbres de acuerdo con la edad de su rey. Si el monarca se lo propusiera, podría incluso conseguir que la nación fuera seria."
   Entre estos vicios nacionales que les achaca, hay uno para el cual no existía una palabra para nombrarlo y es el chovinismo, al que alude en la siguiente carta, C. "Lo extranjero siempre les parece ridículo. Te confieso que no cuadra esta pasión por sus costumbres con la inconstancia con que la cambian a diario. Sólo desprecian las cosas sin importancia, porque en las importantes parecen desconfiar tanto de sí mismos que llegan a degradarse."

   Cuando Montesquieu estuvo de viaje por Europa, quedó gratamente sorprendido con el gobierno de Inglaterra. "No todos los pueblos de Europa están sometidos de la misma manera a sus príncipes".
   En un ambiente que considera un ataque al rey como algo inconcebible porque su poder viene de Dios y sería además una impiedad, en CIV hace un elogio del pueblo inglés porque creen que el único vínculo capaz de unir a los hombres es la gratitud. Si un príncipe no hace que sus súbditos vivan felices y los trata de agobiar o destruir, es causa para que cesen en su obediencia. "Mantienen que ningún poder sin límite puede ser legítimo, porque jamás pudo tener origen legítimo."
   "En Inglaterra, el crimen de lesa majestad, no es más que un crimen que el más débil comete contra el más fuerte desobedeciendo". Con esta definición el sujeto que lo puede cometer no sólo es el pueblo sino también el mismo rey.
   No va a dejar que nos vayamos sin darnos una muestra de irónico y acertado sentido del humor: Dicen los ingleses que uno de sus reyes (Eduardo IV), habiendo vencido y hecho prisionero a un príncipe (Eduardo, hijo de Enrique VI) que le disputaba la corona, le reprochó su infidelidad y perfidia: "hace sólo unos instantes, le dijo el desafortunado, acaba de decidirse cuál de nosotros dos es el traidor". Y por si tenemos alguna duda sobre lo que piensa del carácter divino de la monarquía: "Un usurpador declara rebeldes a todos aquellos que no han oprimido a la patria como él, y creyendo que no hay leyes donde no ve jueces, hace que se reverencien como mandatos del cielo los caprichos del azar y la fortuna."
 

Comentarios

Entradas más populares de este blog

Plinio el Joven, Epistolario, 8

Plinio el Joven, Epistolario, 24

Plinio el Joven, Epistolario, 19