Anónimo, Lazarillo, 6


   Después de esto, siguen rivalizando en astucia, como en el célebre episodio de las uvas, dando ocasión a que de forma amable, el ciego nos de una muestra más de su sagacidad. Llegan a tierras de Toledo durante la vendimia, aunque el ciego le dice a Lázaro que no son muy limosneros pero que sin embargo más da el duro que el desnudo. Ejemplo del uso de refranes a lo largo de la obra. Les dan un racimo de uvas y el ciego propone comerlo a medias y coger una uva cada uno a la vez. A la segunda, comienza a cogerlas de dos en dos y Lázaro que lo ve de tres en tres. Al terminar, el ciego le recrimina que lo ha engañado y Lázaro le pregunta que cómo puede saberlo: ¿Sabes en qué veo que las comiste tres a tres? En que comía yo dos a dos y callabas.

   Llegan a alojarse en un mesón, donde el ciego descubre su lascivia, rezaba por mesoneras y por bodegoneras y turroneras y rameras, y así por semejantes mujercillas, que por hombre casi nunca le vi decir oración. En el mesón le hará la última trastada, cambiar una longaniza que el ciego asaba por un nabo, por lo que recibirá su última paliza, al descubrirse el engaño,a manos del ciego, ¡Oh gran Dios, quién estuviera aquella hora sepultado, que muerto ya lo estaba! Además tendrá que sufrir la humillación de que se ría la gente de él cuando el ciego les cuenta sus desastres de forma tal que aunque yo estaba tan maltratado y llorando, me parecía que hacía sinjusticia en no reírselas. Es la gota que colma el vaso y decide dejarlo, pero antes... Un día, aprovechando que llueve y para volver a la posada deben atravesar un arroyo que viene crecido, Lázaro le dice que hay un sitio más estrecho para cruzar y donde con un salto se evitarían mojarse los pies. Lo sitúa frente a un poste de piedra, simula que pasa el arroyo y le dice al ciego que salte cuanto pueda, se avalanza el pobre ciego como cabrón y de toda su fuerza arremete, tomando un paso atrás de la corrida para hacer mayor salto y da con la cabeza en el poste, queda el ciego tendido y descalabrado, la gente acude a ayudarlo y Lázaro para evitarse complicaciones con la justicia, sale del pueblo y llega a Torrijos. Sin preocuparse ya más del ciego.

   Tratado segundo. Cómo Lázaro se asentó con un clérigo y de las cosas que con él pasó.
   Por estar más seguro se traslada a Maqueda, adonde me toparon mis pecados con un clérigo, y como sabe decir misa, que junto a las oraciones, es algo que le enseñó el ciego, le toma a su servicio. Escapé del trueno y dí en el relámpago, porque era el ciego para con éste un Alejandro Magno, con ser la misma avaricia... No sé si de su cosecha o la había anejado con el hábito de clerecía. 
   
   En la casa hay un arcaz viejo, aumentativo en desuso de arcón, que es donde, bajo llave, guarda el clérigo los bodigos, panes, que le regalan los feligreses. En toda la casa, no hay nada de comer, excepto una horca de cebollas, y aún éstas, también bajo llave en una habitación, de las que tiene de ración una cada cuatro días.
   Lázaro vuelve a pasar hambre mientras el clérigo, nos dice, come cinco blancas, moneda, de carne dos veces al día. De lo que sólo comparte el caldo y un poco de pan. Los sábados, el clérigo, come una cabeza de cordero, de la que le daba los huesos ya roídos por él y diciéndole: toma come, triunfa, que para ti es el mundo. Mejor vida tienes que el Papa. Lázaro se siente desfallecer y el clérigo, ocultando su mezquindad, le dice que los sacerdotes han de ser templados en el comer y el beber, yo no me desmando como otros. Mentira porque, en "cofradías y mortuorios" en las que rezan, a costa ajena comía como lobo y bebía más que un saludador, que es un embaucador que dice curar males. Dios me perdone, que jamás fui enemigo de la naturaleza humana sino entonces. 

   No se va porque con el hambre que pasa, duda que sus piernas se lo permitan y porque teme caer en manos de un amo peor. En su desesperación aparece un calderero, cuando Lázaro se encuentra sólo, ofreciendo sus servicios. Ángel enviado a mí por la mano de Dios en aquel hábito. 
 
   En todo el episodio, deliberadamente, va a emplear un lenguaje religioso y eucarístico, una forma de desacralizar los ritos y dogmas en los que no cree el autor.

   Al calderero le dice que ha perdido la llave del arcaz y teme la reacción de su amo, prueba las llaves que lleva y encuentra una que lo abre, ya abierto Lázaro le dice: Yo no tengo dineros que daros por la llave; mas tomad de ahí el pago... Se fue muy contento dejándome a mí más. 
   Abro mi paraíso panal, alegoría del terrenal, paraíso cerrado a los pobres con un candado, de la misma manera que la Iglesia se autoproclama poseer las del cielo y administradora de los dones que permiten alcanzarlo, y tomo entre las manos y dientes un pan, y en dos Credos (osea, degustándolo) le hice invisible.

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