Anónimo, Lazarillo, 7


   Como el clérigo sospecha que le faltan panes, comienza a llevar la cuenta de ellos, y Lázaro, para no ser descubierto, simula que son ratones los que se comen el pan, así que los roe y esparce las migas por el arca. El clérigo corta las partes "roídas" y se las da a Lázaro, cómete eso que el ratón cosa limpia es. Y comienza el clérigo a tapar agujeros y Lázaro a destaparlos, donde una puerta se cierra, otra se abre. Parecíamos tener a destajo la tela de Penélope.
   Buscan una ratonera y piden a los vecinos cortezas de queso, todo para mayor alegría de Lázaro que encuentra con ello algo con lo que acompañar al pan. Pero la felicidad no puede durar. Como no cae el ratón en la trampa, piensan que lo que se come el pan es una culebra. El clérigo, alterado por ello, se levantaba a medianoche al escuchar el menor ruido y revolvía toda la casa buscando la culebra armado con un garrote.
   Por miedo a que halle la llave escondida entre las pajas, se la guarda en la boca, acostumbrada a recoger en ella algunas monedas que le quitaba Lázaro al ciego porque éste le registraba a menudo. Una noche, dormido, entre el soplo y la llave comenzó a silbar. El amo, creyendo que era la culebra, descargó su palo por error sobre la cabeza de Lázaro. Descalabrado éste, el clérigo descubre la llave y el engaño. Tras el episodio, lo curan y cuando se recupera, el cura lo saca a la calle y le dice: Lázaro, de más hoy eres tuyo y no mío. Busca amo y vete con Dios, que yo no quiero en mi compañía tan diligente servidor... Y santiguándose de mí, como si yo estuviera endemoniado, se mete en casa y cierra la puerta. 

   Es extraño que el clérigo, trate de justificar su avaricia con mentiras a lo largo de todo el capítulo, y al final tenga una actitud tan callada y comedida. Tal vez porque sus mentiras han quedado al descubierto y ha caído su máscara ante Dios y ante los hombres.

   Tratado tercero. Cómo Lázaro se asentó con un escudero y lo que acaeció con él.
   Llega a Toledo y aún herido, vive de limosnas, pero cuando lo ven ya sano, la gente deja de ayudar y le dicen que se busque un amo. Buscando se topa con un escudero, con razonable vestido, bien peinado, su paso y compás en orden, que lo toma a su servicio. Pasean por calles, plazas y mercados sin parar ni comprar nada de comer. Entran a oír misa en una iglesia tras lo cual llegan a casa al mediodía. Una casa lúgubre y vacía en la que sólo hay una cama desvencijada.
   El escudero ordena la ropa que lleva y le dice que ha almorzado muy temprano, así que no comerán hasta la cena, así que Lázaro comprende su nueva situación, estuve en poco de caer de mi estado, no tanto de hambre como por conocer de todo en todo la fortuna serme adversa.

   Lázaro saca tres panes guardados para comer y aunque con muchas palabras por disimular su necesidad, el escudero coge uno, el más grande, y comienza a comerlo. Y como le sentí de qué pie cojeaba, dime prisa, porque le vi en disposición, si acababa antes que yo, a ayudarme con lo que quedase. A la noche tampoco hay cena.
   A la mañana siguiente, el escudero se lava, se viste y se va a misa, encargando a Lázaro que mire por la casa y que vaya al río a por agua. En la casa no hay ni una escoba, así que va al río a coger agua y ve a su amo galanteando con dos rebozadas mujeres, osea que se tapan parte de la cara con un pañuelo llamado rebozo y que según la forma de llevarlo podía indicar que llevaban una vida no demasiado pudorosa. Estas mujeres bajaban al río a refrescarse y almorzar, sin llevar nada para ello, esperando que algún hidalgo las convidase. Lo que no va a suceder con el pobre escudero.
   Vuelve Lázaro a la casa y como su amo no vuelve, se pone a pedir por las casas para conseguir comida. Llega cargado de comida y encuentra allí al escudero, se la enseña y éste se interesa por saber cómo la ha conseguido y le dice que ya ha comido: mejor pedirlo que robarlo, solamente te encomiendo no sepan que vives conmigo, por lo que toca a mi honra. 

   Honra que no se podía manchar con el desempeño de una labor manual, para muchos hidalgos, el escalón más bajo de la nobleza, si no tenían tierras propias y no ocupaban un cargo de designación real, esta situación sería horrorosa, dada su condición, quedaban condenados a sufrir, disimular y no poder hacer nada por evitarla.

   Lázaro comienza a cenar y volvemos a ver una actitud que no tendrán los pícaros posteriores a él. Nos ha mostrado remordimiento cuando se acuerda del ciego y ahora nos muestra una empatía entrañable porque a pesar de la rudeza de la vida con él, sigue preocupándose por los demás, tanta lástima haya Dios de mí, como yo había de él, porque sentí lo que sentía, y muchas veces había por ello pasado y pasaba cada día. No se puede expresar mejor.
   Duda cómo ofrecerle la comida por no herir sus sentimientos, pero el escudero se lo pone fácil al dirigirse a él diciendo que come con tanta gracia que a cualquiera que lo vea le dan ganas. Y se ponen a comer. Con todo, le quería bien, con ver que no tenía ni podía, antes le había lástima que enemistad. Sólo tenía de él un poco de descontento: que quisiera yo que tuviese un poco menos de presunción; mas que abajara un poco su fantasía con lo mucho que subía su necesidad.

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