Montesquieu, Cartas persas, 15


   Las cartas de la CXXXIII a la CXXXVII, tratan de varias visitas a una biblioteca, posiblemente la abadía de san Víctor, fundada a comienzos del siglo XII, y que pronto se convierte en escuela pública de teología y artes liberales, lo que propició que se dotase de una rica biblioteca que estaba abierta al público. Por todo ello, llegó a ser uno de los centros más importantes de la vida intelectual del occidente medieval. Va a ser el vehículo empleado para hacernos algunas reflexiones sobre su visión de algunos géneros literarios y su tratamiento.
   Comienza criticando el escaso interés por la cultura que tiene el clero. Le pregunta (Rica) a un hombre serio que se paseaba entre los libros, sobre algunos de ellos: señor, aquí me encuentro en tierra extraña y no conozco a nadie, mucha gente me pregunta lo mismo pero no voy a leer todos esos libros para responderles. Mi bibliotecario podrá satisfacer su curiosidad; es un inútil y, para nosotros una carga, porque no hace nada para el convento. Oigo que llaman para ir a comer y los que, como yo, están a la cabeza de una comunidad deben ser los primeros en todos los ejercicios. Y desapareció.
   Los primeros libros por los que le pregunta al bibliotecario son de los intérpretes de las Escrituras, cosa que causa su asombro por la enorme cantidad de ellos, "en vez de buscar lo que hay que creer, buscaron lo que ellos mismos creían... Una obra que podía otorgar autoridad a sus propias ideas". "Las Escrituras son como un país donde todas las sectas hacen incursiones y se dedican al pillaje".
   Hablarán de varios grupos de libros y para todos tendrá un comentario, místicos, ascetas, casuistas, de teología (ininteligibles por partida doble, a causa de la materia tratada y por la manera de abordarla), gramáticos, de oradores, geómetras, de metafísica (tratan de temas muy importantes y en los que el infinito se encuentra por todas partes), física, medicina... En la carta CXXXVI habla de los libros de historia moderna con comentarios de varios países europeos.
   La última de esta serie de cartas la dedica a los poetas. No será este racionalista Siglo de las Luces el más favorable para la subjetividad de los versos, "los poetas son los autores cuyo oficio consiste en poner trabas al sentido común y agobiar a la razón con los adornos".
   Lo que concuerda con el sentir general de la época de que el arte tiene que servir para algo y por ello tener una utilidad social que no encontraban en la poesía.

   Al hilo de las Escrituras, la carta CXXV está dedicada a la vida futura y, para mí, es un argumento más que apoya su incredulidad en los dogmas y su opinión de que es una manipulación más de un clero ignorante de los temas divinos: En todas las religiones, se produce una situación bastante embarazosa cuando se trata de dar una idea de los placeres destinados a aquellos que han tenido un buen comportamiento durante su vida. Es fácil atemorizar a los malvados con la larga lista de castigos con que se les amenaza, pero a la gente virtuosa no se sabe muy bien qué prometerles. He visto descripciones del paraíso capaces de hacer renunciar a él a cualquier persona sensata.
   Para ilustrarnos sobre ello nos cuenta la historia de una mujer que quería incinerarse junto a su marido fallecido, como el gobernador no la deja, se dedica a protestar por ello; pasa un bonzo por allí y le preguntan por el caso, su opinión es que si lo hace Brahma se lo agradecerá haciendo que se reencuentren en la otra vida. Respuesta: ¿Qué estáis diciendo? ¿que voy a volver a ver a mi marido? Entonces no me quemo, porque era celoso, malhumorado y además tan viejo... ¿Quemarme yo por él? ni siquiera la punta de un dedo para sacarle del fondo de los infiernos... Y en cuanto a vos, al bonzo, podéis cuando os plazca, ir a decirle a mi marido que me encuentro en perfecto estado de salud. Pues eso, sin comentarios.

   Vuelve a tratar el tema de la monarquía en dos cartas, la CII y la CIII. La monarquía es un estado violento que siempre degenera en despotismo o república, nunca el poder puede repartirse a partes iguales entre el pueblo y el príncipe, ese equilibrio es muy difícil de mantener. Y tal vez para dar solución a ese problema, escribiese el Espíritu de las Leyes con su división de poderes. Nos dice que los reyes tienen todo el poder que desean pero que no lo ejercitan ampliamente porque no quieren ir en contra de las costumbres y la religión de su pueblo, y porque no les conviene ir tan lejos. La proporción que debe haber entre la falta cometida y la pena, es el alma y la armonía de los imperios.
   ¡Pobre el rey que no tiene más que una cabeza! Al concentrar en ella todo su poder, parece estar señalando al primer ambicioso el lugar donde puede encontrarlo en su totalidad.

   En su pragmatismo tolera la monarquía y tal vez, también porque el origen del autor es noble, pero se identifica con la república como el lugar natural de las libertades y así lo expresa en la CXXXI. Aunque los primeros gobiernos del hombre hayan sido monarquías, cuando su tiranía se hizo agobiante, los hombres se sacudieron ese yugo y nacieron las repúblicas que ya en Grecia hicieron que fuesen el único pueblo culto y civilizado. Gracias a ellas se mantuvo independiente por el amor a las libertades y el odio hacia los reyes. Y esto lo extendieron por todo el Mediterráneo hasta la Bética. Con la excepción de África y Asia. Nos dice que los pueblos del norte, conquistadores del Imperio Romano, eran libres y no daban mucho poder a sus reyes que no pasaban de ser sus jefes o sus generales y las leyes se redactaban en las asambleas de la nación.

 

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