Montesquieu, Cartas persas, 16


   El rey, que concentra en su sola persona el poder, siempre se haya rodeado de gente, su corte, su actitud y funciones, vacías y teatrales, se presta admirable y extensamente a la sátira. Por ello, le dedica en esta fase un par de cartas más.
   La CXXIV va en contra de las dádivas a esta corte insaciable, que no hace nada y que empobrece al pueblo. Se pregunta por los motivos que puede tener un príncipe para ello, por ganar comprando a algunos vasallos, pierde a una infinidad de ellos por empobrecerlos. Y el autor, en boca de Usbek, se imagina una orden del príncipe que refleja, con humor ácido, lo que quiere denunciar: he cedido a la multitud (prebendas para los cortesanos) de solicitudes que me han sido presentadas y que han merecido la mayor atención por parte de la corona. A los que nunca han dejado de estar presentes en la ceremonia de "buenos días", a los que siempre he visto a mi paso inmóviles como estatuas, a los que se estiran para verme por encima de los más altos, a las mujeres por lo mucho que les cuesta estar bien arregladas. Para ello, el rey ordena que se cumplan una serie de obligaciones y prohibiciones para el pueblo llano, que al final, es el único perjudicado de todo este desvarío.
   El tema lo continúa en la CXL aprovechando que el parlamento de París ha sido desterrado a una pequeña localidad por negarse a refrendar un edicto real (1.720): estas instituciones son siempre odiosas, sólo se acercan a los reyes para decirles tristes verdades y, mientras que una multitud de cortesanos les pintan sin cesar un pueblo feliz bajo su gobierno, ellas desmienten los halagos y llevan a los pies del trono los gemidos y las lágrimas de que son depositarias.

   El panorama no sería completo sin el papel de algunas mujeres de la corte, es la CVII. "No hay nadie empleado en la corte, en París y en provincias, que no tenga una mujer por cuyas manos pasan todos los favores y, muchas veces, todas las injusticias que él pueda cometer... Forman una especie de república cuyos miembros se socorren y se sirven mutuamente... Un Estado dentro del Estado... Aquí gobiernan las mujeres en general, y no sólo se hacen con el poder al por mayor, sino que también se lo reparten al por menor."
   Por lo anterior y su intensa vida social nos dice en CX que el papel de una mujer hermosa es mucho más serio de lo que se piensa, "nada hay más trascendental que lo que tiene lugar cada mañana en su tocador, un general no pone más cuidado en una batalla; lo que más les cuesta es aparentar que se divierten, las puede aburrir cuanto quiera, que ellas se lo perdonarán con tal que se crea que ellas se lo han pasado bien."

   He dejado para el final de esta tercera serie la carta CXLIV que protagonizan dos eruditos, uno que dice "lo que digo es verdad porque lo digo yo", y el otro que "lo que no he dicho no es cierto porque no lo he dicho yo", porque muestra una actitud que deberíamos de practicar siempre: "el primero me cayó bastante bien porque un hombre terco no me molesta; en cambio, uno impertinente, me resulta insoportable. El primero defiende sus opiniones, que son su tesoro, mientras que el otro ataca las opiniones de los demás, que son patrimonio de todos, pretenden ser admirados a fuerza de ser desagradables, quieren ser superiores cuando ni siquiera son iguales a los demás."
 
   La última parte del libro, CXLVII a CLXI, son todas cartas del serrallo; con ellas se rompe la rigidez de las fechas, que achaca a problemas en el correo en las mismas, y creo que lo hace porque no quiere distraernos con digresiones sobre la vertiginosa y dramática caída del sistema; desde la carta II nos ha ido preparando para ello y desde la primera de este ciclo, todo se precipita: Las cosas han llegado a un estado insostenible, tus mujeres se han imaginado que tu partida les permitía gozar de total impunidad. Aquí están ocurriendo cosas terribles. Yo mismo tiemblo por el cruel relato que tengo que hacerte. Lo que sigue es comparable a la actuación de un príncipe absoluto que está perdiendo el poder sobre su pueblo y tal como ya nos había anunciado con anterioridad, la falta de cambios y los errores, conduzcan al país a una situación de extrema violencia, tal como sucedió a finales de siglo con la Revolución y en su obra con el suicidio de Roxana en la última carta: ya todo ha terminado. El veneno me consume, mis fuerzas me abandonan; se me cae la pluma de las manos; siento que hasta mi odio se debilita; me muero. 
   Para mí no deja de ser un retrato del absolutismo y la violencia que conlleva; es por eso por lo que no intercala aquí ni sátiras ni críticas, va a lo importante y nos anuncia su final.

   Es una obra que se presta a ser leída de muchas formas, evidentemente la más sencilla y natural es seguir el orden numérico de las cartas, sobre todo porque antes de leerla carecemos de un criterio para ello. He tratado de agrupar las cartas por temas, aunque la clasificación de muchas de ellas sea muy subjetiva, porque nos puede dar una mejor comprensión de la visión que tenía Montesquieu de la sociedad y de sus pensamientos. Cómoda por su sentido del humor, la ironía y sus certeras y acertadas observaciones.
   Con los textos sucede algo similar. Nos podemos quedar con la anécdota y el humor de las situaciones o tratar de interpretar lo que nos dice y a partir de ahí extendernos cuanto queramos. Me hubiese gustado con esta obra ir comentándola con alguien que la estuviera leyendo a la vez que yo, porque hay numerosas cartas, referidas a su vez a numerosos temas, que se prestan a ser comentados por un grupo.
   En fin, una lectura entretenida de la que podemos extraer muchas actitudes útiles, uno de los fines de la cultura del XVIII, porque como en otras ocasiones hemos visto, no hemos cambiado tanto como para no necesitar la ayuda de quien se nos brinda a ello sea del siglo que sea.
   

 

 
 
 
 
 


 

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