Anónimo, Lazarillo, 10
Tratado sexto. Cómo Lázaro se asentó con un capellán, y lo que con él pasó.
No le gusta la vida con el buldero y aunque no pasa hambre con él, se va con un maestro que pinta panderos, nos dice que sufrió mil males, y no se extiende más en el asunto, todo el mundo sabe de los sinsabores de las tareas manuales y el interés generalizado en abandonarlas por eso y por la mal vistas que estaban. Se sitúa con un capellán, que lo explota pero que le dará la oportunidad de ganarse un sueldo como aguador en Toledo, porque le facilita un asno y cuatro cántaros y le deja la ganancia de los sábados. Con lo ahorrado en cuatro años puede comprarse un vestido usado y una vieja espada. Ya es "alguien" y con la nueva apariencia puede aspirar a algo más, así que deja el oficio.
Tratado séptimo. Cómo Lázaro se asentó con un alguacil, y de lo que acaeció con él.
En este oficio dura poco. En una de sus actuaciones los reciben a pedradas y con palos; él consigue escapar pero el alguacil acaba malparado. No le gusta esa vida peligrosa y lo deja.
Dios quiso alumbrarme y ponerme en camino de manera provechosa. Y con favor que tuve de amigos y señores, todos mis trabajos y fatigas hasta entonces pasados, fueron pagados con alcanzar lo que procuré, un oficio real (del rey), viendo que no hay nadie que medre sino los que tienen. El puesto al que se refiere es el de pregonero en Toledo, pero su origen real le confiere un nuevo estatus al que la inmensa mayoría del pueblo deseaba pertenecer. Y vuelve a aparecer la bondad del personaje hablando de nuevo del ciego, me arrepentí del mal pago que le dí por lo mucho que me enseñó, que, después de Dios, él me dio industria para llegar al estado en que ahora estoy. Y aquí introduce al arcipreste de San Salvador (representará la corrupción de los religiosos, la mentira y la hipocresía), uno de sus valedores para el puesto, con un párrafo que ya hemos comentado al principio: El señor arcipreste de San Salvador, mi señor, y servidor y amigo de Vuestra Merced, que lo casa con una criada suya, y hasta ahora no estoy arrepentido, por ser buena hija y diligente y servicial, y por tener en el arcipreste todo favor y ayuda. Ya no lucha por sobrevivir, disfruta de una buena posición y para conservarla no le importará transformarse en un gran cínico.
El arcipreste le deja una casa junto a la suya no por caridad o sentimiento sino para disipar los rumores que corren por la ciudad y que le acusan de mantener una relación con su criada. Con todo, los comentarios continúan, Lázaro los conoce y confiesa que en alguna ocasión han sido causa de disputa entre él y su mujer; en una de ellas, en presencia del arcipreste, la mujer grita, llora, jura y echa maldiciones teniendo ambos que consolarla y el religioso le aconseja a Lázaro que no mires a lo que puedan decir, sino a lo que te toca, digo, a tu provecho. Y Lázaro sufrirá la infidelidad con resignación y paciencia. Tras una vida viendo que es el honor para los que le rodean y cuanta hipocresía encubre a la verdadera dignidad, no le costará ningún esfuerzo elegir y al menos, esta situación, le permite vivir cómodamente. Un cínico alegato autojustificativo que ridiculiza a la vez la literatura idealista de moda en ese tiempo.
Hasta el día de hoy nadie nos oyó sobre el caso.
Y aquí acaba la declaración y la obra, el autor nos ha dicho todo cuanto quería decir y sin más, con esas palabras, lo deja.
Un pequeño gran libro, fácil y ameno de leer pero más extenso e intenso de lo que su corto número de páginas nos podría hacer pensar. No se recrea en descripciones escabrosas sobre los sufrimientos de Lázaro ni éste se siente más perturbado por ellos, los asume pero sólo el tiempo que tarda en hallar un remedio a los mismos. Eso también merece una reflexión sobre cómo reaccionamos nosotros con las adversidades, aunque lo primero que tendríamos que tener claro es poderla identificar. Creo que hoy, cualquier cosa que nos incomoda, representa un enorme problema para nosotros y deberíamos aprender a diferenciar, por nuestra propia salud, la física y la mental, y también por la de los demás.
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