Plinio el Joven, Epistolario, 1


   Un apodo que nos resulta familiar, porque hay "otro Plinio" denominado el Viejo, su tío, y porque hizo una célebre descripción de un tipo de erupción volcánica, la llamada pliniana, de la que no se tenían noticias escritas y que a pesar de su minucioso y detallado relato, no fue creída hasta muchos siglos más tarde, la del monte Vesubio el 24 de agosto del año 79 en la bahía de Nápoles y que destruyó (y conservó enterrada bajo sus cenizas para la posteridad) las ciudades de Pompeya, Herculano y Estabias. Este hecho, incluido en su libro "Epistolario", es el más popular, pero ni mucho menos la única razón para leerlo como podremos comprobar.

   Hay una distinción en los estudios sobre el mundo Antiguo, que ya no se hace, entre carta, texto enviado a un destinatario, y epístola, texto enviado ficticiamente a un interlocutor existente o no y destinada a su publicación. La primera carta mencionada en la literatura en la Antigüedad, aparece en la Iliada de Homero, hacia el siglo VIII a.C., en el canto sexto y de la cual simplemente se nos hace un resumen de su contenido.
   En el siglo V a.C. el historiador Tucídides, nos da noticia de una correspondencia epistolar entre un general espartano y el rey persa Jerjes I, con motivo de la boda de aquel con la hija del rey.
   Hacia fin de siglo, los filósofos griegos comienzan a recurrir a las cartas para exponer sus doctrinas.
   A partir del siglo IV a.C. la epistolografía se constituye ya como género literario con características propias griegas. El problema hoy es determinar la propia autenticidad o falsedad de las cartas. En los primeros tratados griegos de retórica en los que se trata este género, se establecen como elementos propios del mismo: la brevedad, la sencillez y claridad de la expresión, que debe rehuir del ornato retórico, la adecuación de su tono a la condición del destinatario y reflejar la índole moral del remitente. También se fijan una serie de fórmulas de encabezamiento y despedida y de expresiones para que el remitente pueda manifestar sus sentimientos de afecto y amistad hacia el destinatario, o los motivos que han dado lugar a la misiva. Así como los temas más apropiados para tratar en una carta.

   En el mundo romano, Tito Livio, historiador del siglo I a.C., hace numerosas referencias en su "Historia de Roma" a la correspondencia, sobre todo de sus generales al Senado. Pero las primeras muestras conservadas de este género las encontramos en las comedias de Plauto, siglos III-II a.C. y que además abunda en referencias en sus obras a cartas de todo tipo. Todo esto nos indica que el intercambio epistolar era ya en esa época una cuestión muy común en Roma.
   Catón el Censor, en la primera mitad del siglo II a.C. llegó a publicar algunas cartas a su hijo. Eran de carácter didáctico y con preceptos sobre la educación que había que dar a los hijos. De ellas se conservan muy pocas.
   El primer epistolario propiamente dicho corresponde a una mujer, Cornelia, conocida como madre de los Gracos, también en el siglo II a.C., hija de Publio Cornelio Escipión el Africano. Tuvo doce hijos pero sólo tres llegaron a la edad adulta. Ya viuda, renunció a casarse con el rey de Egipto para dedicarse a la educación de sus hijos. Fue la primera mujer a la que erigieron una estatua de bronce en el Foro, hoy sólo queda el pedestal con su nombre. Este Epistolario, debió de ser publicado por sus descendientes en recuerdo de la extraordinaria personalidad de la difunta. No nos ha llegado completo pero hay muchas referencias a él en la literatura de la época.

   El que sí se conserva, pertenece a Cicerón, siglo I a.C., son algo más de novecientas cartas de las cuales en ochocientas actúa como emisor. Sus cartas alcanzaron un enorme reconocimiento en la literatura europea por la introducción de un depurado estilo en la redacción de las mismas. Considerado hoy uno de los más grandes retóricos y estilistas latinos, era el antecedente más seguro con el que contaba Plinio y cuya gloria como escritor quería emular.

   Pero el primero en publicar en vida una colección de cartas con fines literarios fue Séneca en el siglo I con su obra "Epístolas morales a Lucilio"; son pequeños tratados morales en forma de cartas en las que el destinatario, real o no, es sólo un pretexto para dirigirse a un público más amplio.

 
 

 

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