Plinio el Joven, Epistolario, 11
Plinio no oculta su conservadurismo y nos habla también de su respeto por las costumbres de los antepasados, con ocasión de la muerte de su amigo, el poeta hispanorromano Marcial, hombre de mucho talento, ingenioso y agudo, y que en sus escritos se mostraba muy mordaz y malicioso, pero no menos honesto, se queja del olvido de las costumbres en 3,21, fue costumbre entre los antiguos recompensar con honores o dinero a aquellos que habían escrito alabanzas de particulares o de ciudades, sin embargo, en nuestros días del mismo modo que otras hermosas e ilustres costumbres del pasado, así también ésta se ha perdido. Pero en 6,21 matiza su pensamiento: Soy de aquellos que admiran a los antiguos, no obstante, no desprecio, como algunos, a los talentos de nuestro propio tiempo. Y se extenderá sobre este tema en la carta 8,14: En los tiempos antiguos estaba establecido que de los que eran mayores que nosotros por su nacimiento debíamos aprender, escuchándolos y viéndolos actuar, lo que en el futuro nosotros mismos tendríamos que hacer y transmitir, a nuestra vez, a nuestros descendientes.
En sus cartas observamos su respeto y defensa de las instituciones romanas y sus magistrados, el apoyo a las familias patricias y su aversión por los libertos imperiales. En 3,20, con ocasión de la instauración del voto secreto (en tablillas) para todas las votaciones del Senado, se queja de los que menoscaban la institución con sus comportamientos: A la hora de manifestar públicamente nuestro voto en voz alta, habíamos sobrepasado los excesos propios de las asambleas del pueblo. Nadie esperaba educadamente que le llegase su turno para intervenir, no se guardaba respetuosamente el debido silencio, y nadie permanecía, en fin, dignamente sentado en su asiento. (Espectáculos así los vemos hoy en televisión y no veo, desgraciadamente, que nadie se indigne porque actuaciones bochornosas en un Parlamento queden impunes). Muchos tienen miedo de la opinión pública, pocos de su propia conciencia. Esta carta tiene continuidad en 4,25. Plinio nos cuenta que en unas votaciones para elegir magistrados, se encontraron algunas tablillas con bromas, expresiones vergonzosas y en una los nombres de los valedores, y como no respeta a nadie y se desprecia a sí mismo, lleva a cabo este tipo de gracias más propias del escenario y del tablado de un teatro.
En 4,29 su queja, más bien advertencia severa, es para los jueces que no acuden a su tribunal y cumplir así con sus obligaciones. Nos cuenta que por ese motivo, un pretor impuso una multa a un senador, y la única defensa a la que pudo recurrir fue la de implorar perdón. Se le condonó la multa, pero pasó mucho miedo, hubo de suplicar y fue necesario que se beneficiase de la gracia del Senado.
En cuanto a los libertos, esclavos liberados por sus dueños, tanto por decisión propia de éstos como por la compra de la libertad a sus amos gracias a lo que podían ahorrar, en la época de Claudio, muchos pasaron a ejercer cargos en la administración del Imperio. Es fácil imaginar por qué no caían bien ya que ocupaban puestos que algunos patricios y caballeros considerarían que les correspondía a ellos por nacimiento. En dos cartas (7,29 y 8,6) nos habla de un tal Palante, liberto de Claudio y que probablemente fue condenado a muerte por Nerón porque a su vejez tenía una enorme fortuna, calculada en trescientos millones de sestercios, nunca he sentido admiración por aquellas distinciones que son consecuencia, en general, más de la Fortuna que del mérito. Palante, amante de la emperatriz Agripina, promovió una ley para castigar a las mujeres que tuvieran unión carnal con esclavos, esto hizo que el Senado le hiciera una donación de quince millones, creo que más bien fue el hecho de congraciarse con los amantes que por la ley, pero el caso es que renunció a la recompensa y fue alabado como signo de la austeridad de su persona. Hecho éste recogido en la inscripción de la tumba del liberto que es lo que Plinio está criticando, la citada inscripción me ha puesto de manifiesto hasta qué punto son absurdos y ridículos esos honores que pueden, en ocasiones, verse arrastrados por el fango y la inmundicia, tales, en fin, como los que ese miserable de Palante tuvo la desvergüenza no sólo de hacer que se le concediesen primero para rechazarlo después, sino incluso de transmitir a los hombres venideros como ejemplo de su moderación. En la segunda carta nos cuenta el decreto del Senado sobre el liberto que Plinio se tomó la molestia de buscar, y estalla su cólera, ataca incluso la redacción del mismo, redactado en un estilo tan recargado y tan altísono que esa inscripción tan arrogante parece moderada e incluso humilde. Motivos "ocultos o no" aparte, arremete contra los senadores para defender la dignidad de sus cargos y de las instituciones, en defensa de los símbolos que les son propios, y contra Palante por no respetar el poder que emana de ellas.
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