Plinio el Joven, Epistolario, 13
Hablábamos de generosidad y ésta llega a perdonar las deudas a la hija de un amigo fallecido (2,4), llevado por el deber que me imponía la amistad con tu padre, he pagado ya a todos aquellos que eran, no digo más desagradables, pero sí más diligentes a la hora de reclamar su dinero, me he convertido así, en el único acreedor... Voy a ordenar que se registre en mis cuentas que la suma que tu padre me debía ha sido ya satisfecha por ti; a su suegro lo alaba y anima (5,11 y 4,1) por sus gastos en la mejora de su ciudad, sólo puedo suplicar a los dioses que te conserven tu carácter generoso... Él mismo (7,18), aprovechando que un amigo le pide consejo para ese asunto, nos cuenta lo que hizo para dotar de fondos un comedor para niños de su ciudad, Como. Lo curioso de esto es lo que se pregunta antes de explicarnos el procedimiento que siguió y que nos confirma lo poco que ha cambiado la administración de los bienes públicos: ¿Convendría que entregases estos fondos a la administración municipal? Lo más probable es que fuesen dilapidados. ¿Convendría que hicieses una donación de terrenos al municipio? Lo más probable es que, en su calidad de terrenos públicos, fuesen despreciados. Termina con una afirmación de principios que debería de avergonzar a más de un "servidor público" hoy: Debemos, no obstante, anteponer los intereses públicos a nuestros intereses privados, el interés de aquello que ha de perdurar siempre al de aquello que ha de morir con nosotros, y debemos mirar con mucho mayor celo por los presentes que hacemos que por los bienes que acumulamos. Éste es nuestro protagonista. Alguien, además, que (4,13) al enterarse de que en su ciudad los niños deben salir de ella para estudiar porque no hay maestros, se brinda a correr con un tercio de los gastos que se generen en la creación y mantenimiento de una escuela. ¿Por qué un tercio? Prometería, incluso, correr con todos los gastos si no temiese que mi donación pudiese un día echarse a perder al intervenir el favoritismo en la concesión de estos puestos (maestros), como veo que ocurre en muchos lugares donde se paga a los maestros con cargo a los fondos públicos. (Por los padres de los alumnos), los que quizás se mostrarían despreocupados por el empleo del dinero ajeno, se mostrarán, sin duda, muy cuidadosos con el modo en que se ha de gastar el suyo propio. Esto es lo que se dice "tener los pies en el suelo".
Un personaje al que se le podía invitar invitar a la boda de una hija; la carta 6,32 está dirigida a un abogado y profesor de retórica, maestro de Plinio en su juventud, con motivo de la boda de su hija y cuyo patrimonio no sería abundante, Quintiliano, de quien podemos afirmar que era partidario de que los niños se formaran en una escuela pública, más que en casa como era la costumbre, pero clasificados por sus conocimientos y que no era partidario del dicho de que "la letra con sangre entra" porque pensaba que era el camino más corto para que aborrecieran los estudios. Así pues, reivindico para mí una parte del peso que recae sobre ti y entrego a nuestra querida hija cincuenta mil sestercios, y más que le entregaría si no creyese que sólo gracias a que es un pequeñísimo presente puedo conseguir que tu delicadeza no lo rechace.
Siempre "está" para los amigos y no entiende que algunas personas le critiquen que siempre hable bien de ellos (7,28), aún en el caso de que mis amigos no sean tal como yo los describo, yo soy feliz pensando que son tal y como me parecen ser... Nunca lograrán convencerme de que amo en exceso a mis amigos. Queda muy clara su opinión para comprender la actitud que observamos a lo largo de todo su Epistolario.
Por eso no nos puede extrañar la utilización de algo que es un tópico de la correspondencia epistolar romana (1,11): Hace tiempo que no me envías carta alguna. No tengo nada que contarte, me dices. Pues escríbeme entonces, eso mismo: que no tienes nada que contarme. A otro amigo por el mismo motivo le dice (3,17): Libérame de una preocupación que no puedo soportar por más tiempo, libérame de ella enviando incluso un mensajero con este único fin. Yo correré con los gastos del viaje... Y todo esto en un tiempo en que no sólo era costoso escribir sino que el simple hecho de ponerse a ello exigía una preparación previa, cuánto habría disfrutado con las facilidades que nos brinda hoy la tecnología, pero también, cuánto sufriría por vernos escribir tan mal; en aras de la inmediatez de la comunicación sacrificamos la reflexión, en muchas ocasiones ni siquiera pensamos en las personas a las que nos dirigimos y tal vez por eso ni nos preocupamos en hacerlo correctamente. Abrimos puertas para que todo el mundo nos vea pero no los corazones, por todo lo dicho, a mí, la sensación que me produce quien así actúa es "que le importo un pimiento".
Y hablando de pimientos, no se me ocurre mejor introducción para seguir con estos asuntos que tratar del hábito de griegos y latinos de reunirse alrededor de una mesa para celebrar sus banquetes, pero será en la próxima entrada...
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