Plinio el Joven, Epistolario, 14
El banquete solía celebrarse de noche, la cena, que era la comida más importante del día y se seguía un cierto protocolo en cuanto a los platos, numerosos si te lo podías permitir, y se seguía un orden jerárquico a la hora de situarse en la mesa, no sentados sino reclinados, parece que las mujeres si comían sentadas. Para que tengamos una idea de lo que podía suceder, Plinio en la carta 3,12 en la que acepta asistir a uno, hace varios ruegos a su anfitrión, el primero es que la cena sea sencilla y frugal, se llegaban cometer grandes excesos, tanto en el exotismo de los platos como por su cantidad y variedad, de tal manera que se habilitaba una zona denominada vomitorium, que podemos imaginar para que se empleaba, y ello con el fin de poder seguir comiendo. La moderación que pide la hace extensiva a la bebida, los vinos se servían al final de la comida, especiados porque era fácil que se agriaran y mezclados con agua, el puro se reservaba para las ceremonias religiosas, a ser posible se servía frío mezclado con nieve. La otra petición tiene que ver con las distracciones que se ofrecían durante el mismo, él quiere que giren en torno a la conversación y de tipo filosófico, pero sin abrumar. Era corriente llevar músicos, bailarinas y un sinfín de espectáculos, algunos no muy recomendables para amenizar la velada, que podía llegar a altas horas de la noche e incluso hasta el amanecer, por lo que también le pide que sea moderado en su duración y poder atender así adecuadamente las obligaciones al día siguiente.
En los griegos los invitados son varones, aunque algunos banquetes en Roma fuesen así, era habitual la presencia de la mujer, algo más liberada que las griegas en cuanto a costumbres.
Con la excusa de manifestar su enojo a un amigo que no acude a un banquete tras aceptar su invitación, al cual le dice que le deberá pagar una multa por la comida desperdiciada (supongo que en sentido irónico), le sirve para marcar la diferencia entre una comida de un anfitrión culto y refinado, él mismo, y otro de mal gusto. Había preparado una lechuga (creían que estimulaba el apetito) por persona, tres caracoles y dos huevos; había además gachas de espelta aderezadas con vino de mulso (mezclado con miel) y nieve... aceitunas, acelgas, calabazas, cebollas y muchos otros manjares. Habrías visto además actuar a un cómico, o quizás a un recitador, o puede que hubieses asistido a un recital de lira, o incluso hubieras disfrutado de los tres espectáculos... Y sin embargo, preferiste ostras, vientre de cerda, erizos de mar y bailarinas gaditanas en casa de algún otro.
Sobre un mal anfitrión también nos hace referencia en otra de sus cartas (2,6), es una cena en casa de un conocido que tiene buen concepto de si mismo pero que Plinio opina que es un mezquino y despilfarrador al mismo tiempo, ¿qué hace para merecer su crítica? Algo que por las referencias que nos han llegado debía de ser una práctica común aunque no bien vista, servir platos de diferente calidad según su posición social. Preguntado por lo que él hace: Sirvo a todos lo mismo, pues invito a un banquete, no a una humillación pública... incluidos los libertos.
Pero en 9,17 hace una recomendación a un amigo al que no le han gustado las diversiones en una cena, seamos tolerantes con las diversiones de los demás si queremos que los demás lo sean con las nuestras.
Volviendo o continuando con su sentido de la generosidad, (9,30) nos va a decir lo que él considera que es: Quiero que el que sea generoso ponga lo suyo a disposición de su patria, de su familia, de sus parientes por afinidad y de sus amigos, pero por "amigos" entiendo "amigos pobres", y que no haga como esos que se muestran especialmente dadivosos con aquellos que más pueden mostrarse, a su vez, dadivosos con ellos... Se ha apoderado de los hombres un ansia tan excesiva de riquezas que parecen ser ellos posesión de sus bienes antes que dueños de los mismos. Esto último lo podría haber escrito cualquiera y no importa el lugar hace, como el que dice, dos días.
Ya hemos visto que su compromiso no se extingue con el fallecimiento de quien considera un amigo, alcanza incluso a su familia. Es el caso, uno más, de una mujer llamada Corelia, hermana de alguien que le había apoyado en las candidaturas de su carrera e íntima amiga de la madre de Plinio como él mismo reconoce en 7,11 y que en 4,17 acepta su defensa como abogado en un juicio en el que se debe enfrentar a un cónsul, comprendo que debo esforzarme porque no parezca en modo alguno que he traicionado la confianza que ese prudentísimo varón depositó en mí. El deber ante todo del que habrá ocasión de volver en el libro décimo.
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