Plinio el Joven, Epistolario, 15
A estas alturas de la narración ya podemos hacernos una idea de del temperamento de Plinio, sus ideas, o mejor dicho sus valores, anhelos y estilo de vida. A medida que se avanza en su lectura, lo vamos sintiendo como más cercano y casi que podemos prever su conducta en las situaciones que se le plantean y nos plantea. Yo creo que esto se debe tanto a la sencillez y sinceridad del tono con que se dirige a quienes considera sus amigos, los destinatarios nominales de las cartas e implícitamente a nosotros mismos (lectores futuros), como por la aparente cotidianidad de los asuntos, y por supuesto por su coherencia, consigo mismo y con su tiempo (aunque su actitud se adelante a su época en multitud de ocasiones).
Muchas de sus cartas tienen como origen o telón de fondo su labor como abogado o juez; también en su correspondencia nos da noticias de los discursos pronunciados por él en el ejercicio de dichas funciones. Desgraciadamente la inmensa mayoría de ellos se han perdido pese al interés y esfuerzos que empleó para su difusión y conservación. Parece que como abogado comenzó con "buen pié " ganando algunos casos, pero no le bastaría con ello, así que tras la muerte de Domiciano, en la carta 9,13 nos dice que reflexioné detenidamente sobre cuál podía ser el comportamiento más adecuado en mi caso, y llegué a la conclusión de que se me presentaba una gran y hermosa oportunidad de perseguir a los malvados, reivindicar la memoria de los desdichados y darme a conocer en la vida pública. Y nos relata, en esta larga carta, su intento de juzgar a un senador culpable de la muerte de su amigo Helvidio Prisco, también senador. A lo que el emperador no accederá por cierto.
Pero también en estas labores lo vemos seguir la senda de sus convicciones. Es significativa la respuesta que da a un magistrado (con el cargo de tribuno de la plebe) sobre si podría ejercer como abogado. En ese momento tenían prohibido ejercer en procesos criminales pero no en los civiles: todo depende de la opinión que te merezca el tribunado, de si lo consideras una sombra vana o, por el contrario, una magistratura sagrada y que no debe ser menospreciada por nadie, y mucho menos por quien está investido de ella. Plinio le comenta las razones por las que se abstuvo de ejercer como abogado cuando fue nombrado tribuno pero lo deja a su elección, pero todo lo que dice invita a no mezclar ambos papeles, preferí ser un tribuno para todos que un abogado para unos pocos. Hay que decir que los tribunos podían rechazar la sentencia de un tribunal.
Esta alta opinión y respeto por las magistraturas, hace que se alegre por las medidas que Trajano adopta (6,19) con respecto a los comicios para ocupar dichos cargos, que los candidatos no celebren banquetes, que no envíen presentes y que no depositen dinero en manos de intermediarios a fin de comprar votos. Sin comentarios. A ello hay que añadir la obligatoriedad para los elegidos de invertir una parte de su patrimonio en inmuebles en Italia con el objeto de retenerlos durante sus cargos lo más cerca posible de Roma, lo que hizo que los precios de la tierra se elevaran. La nota de humor la pone Plinio aconsejando a su amigo que es el momento de vender las tierras de las que se quiera desprender en Italia así como de invertir en las provincias.
Exigente con los deberes y con su profesión, celoso defensor de la tradición, no puede dejar de comentar la actitud de los abogados más jóvenes ni del público que acudía a los procesos, estos además me causan mayor fastidio que placer, por insignificantes e intrascendentes y por algunos abogados, (2,14), son jóvenes dispuestos a todo... a los que nadie conoce, que se presentan ante este tribunal con unos discursos que parecen ejercicios de declamación y que ellos recitan con tan poco respeto y tan poca reflexión... Añade a ello unos oyentes que no desmerecen de tales oradores, gentes a sueldo, cuyos apoyos se ha comprado con dinero. No sólo le disgusta el pago, habla de una suma importante como eran tres denarios comparado con lo que se cobraba en un oficio, sino que además había que hacerles una señal para que supiesen cuando tenían que vitorear, y creo que es lo que más le dolía ya que se trata de un tipo de gente que no entiende nada y que ni siquiera escucha. El peor de los oradores es, sin duda, aquel que recibe mayores alabanzas.
En la 6,29 nos habla de los tipos de causa a defender que se pueden elegir: la de los amigos, las que hubieran sido rechazadas por todos y las que pudiesen servir de ejemplo. A las que él añade las que son distinguidas e ilustres de las que nos confiesa lo hace por su deseo de celebridad. Y por supuesto las que ordena el Senado. Y todo esto porque opina que muchas intervenciones pueden dar facilidad de palabra pero no desarrollar un verdadero talento oratorio.
De su adelanto a los tiempos tenemos otra constancia en una defensa, en concreto a la de la provincia de la Bética que, tras ser aceptada en 3,4 donde nos informa de los trámites que sigue la Justicia para ello; en la 3,9 muerto ya el acusado principal, la denuncia se extiende a sus subordinados y para ello me pareció necesario esforzarme por hacer ver claramente que obedecer una orden puede constituir un delito. Asunto que, por poner un ejemplo, será abordado en España a raíz del intento de golpe de estado en febrero de 1.981.
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