Plinio el Joven, Epistolario, 17


   De todo lo observado podemos deducir que su máxima aspiración, tras la de trascender a su tiempo, es llevar una vida ordenada retirado en una de sus villas en el campo. Es ahí donde puede disfrutar de su ocio haciendo las cosas que le gustan, cazar, escribir poesía, reelaborar sus discursos y revisar su correspondencia. Los medios siempre los tuvo, lo único que se interpone a su deseo es su inmenso sentido del deber y la responsabilidad que atribuye a su posición social.
   Cree, sinceramente, que hay una edad, cuando uno se hace mayor, en la que se debe abandonar la vida pública y libre ya de ocupaciones dedicar su tiempo a uno mismo. Pero haciendo las cosas que él considera apropiadas y sanas a esa edad. De ahí sus elogios a los que así lo hacen. La carta 3,1 nos lo aclara: Por mi parte, me causa tanto placer la contemplación del curso regular de los astros, como la de la vida regular de los seres humanos, y en especial, de los ancianos. Pues mientras que en los jóvenes no resulta inadecuada cierta confusión o, por así decirlo, cierta agitación en su vida, en los ancianos lo oportuno es llevar una vida tranquila y moderada, en su caso dedicarse a los negocios es intempestivo, y aspirar a los cargos políticos, indecoroso. Y pasa a relatar con admiración lo que hace un amigo, en esa situación, día tras día. En la 4,23 se pregunta ¿Cuándo llegará el día en que mi retiro de la vida pública no haya de ser atribuido a la desidia, sino al deseo de llevar una vida tranquila en mi vejez? 
 
   La cuestión parece sencilla pero cuando nos llega el momento de disponer de todo el tiempo para dedicarlo a nosotros mismos, todos nos hacemos la misma pregunta: ¿y ahora qué? Tres palabras nada más pero que no podemos ignorar y que a pesar de las miles de respuestas que se pueden dar, cada uno debe distinguir las suyas. Aquí me viene a la memoria lo que dice Schopenhauer, el filósofo del pesimismo, que creía que este era el peor de los mundos posibles, y que basa la diferente suerte de las personas en tres determinaciones básicas, lo que uno es, lo que uno tiene y lo que uno representa. De las tres, él piensa que aunque todas contribuyen a la felicidad, la que más lo hace es lo que uno es. Su discurso, por supuesto, es mucho más amplio y largo que esto pero creo que nos va a servir. Si la individualidad está mal constituida, todos los placeres serán como vinos exquisitos en una boca untada con hiel. ¿Qué comprende lo que uno es? Nos dice que la personalidad y que en ella están la salud, que podemos cuidar; la fuerza, que se puede trabajar; la belleza, término subjetivo, siempre habrá alguien crea que lo somos; el temperamento, que podemos conocer; el carácter moral, que se puede corregir; la inteligencia, que todos poseemos en mayor o menor grado; y el desarrollo de la misma, que se puede cultivar. No hay nada que no esté en nuestras manos para dar respuesta a la pregunta inicial y, además, nunca es tarde para adquirir las herramientas para ello, eso sí, cuanto más tarde nos preparemos el esfuerzo también será mayor, pero como todo esto sirve para toda nuestra vida, no estará de más en que lo practiquemos.

   A lo largo de todo el Epistolario vemos la necesidad de Plinio por tener tiempo para dedicar a sus aficiones y que el marco ideal para ello es el campo y son numerosas las cartas que dedica a ello. Si consideramos (1,9) uno por uno los días que pasamos en Roma, a todos les encontramos su razón de ser. Sin embargo, tomados todos ellos en su conjunto, ninguna razón acude a nuestra mente que justifique el empleo de nuestro tiempo... Todo esto que te parece necesario el mismo día que lo haces, si te paras a pensar que lo has estado haciendo un día tras otro, te resulta entonces absurdo, y mucho más cuando te has retirado ya al campo.
   En una carta anterior (1,3) nos anuncia ya este sentimiento cuando le pregunta a un amigo si sigue ocupado en los asuntos del campo, si con permanencia te retienen junto a ellos, eres afortunado y dichoso; si no, uno más entre la multitud.
  
   Que la villa esté en el campo no significa que no tenga comodidades. En 2,17 nos describe su finca a la que denomina Laurentino o Laurente, a diecisiete millas de Roma y junto al mar y bien comunicada con Roma, su descripción es más sobre las cualidades de la construcción que sobre los materiales o tamaños, contaba con un atrio y un patio protegido de las tormentas a los lados por vidrieras transparentes, otro patio cubierto y el comedor que da en tres de sus caras al mar, numerosas habitaciones en las que se recrea en su ambientación, biblioteca, una zona para que los sirvientes hagan gimnasia, un dormitorio que se calienta con tubos bajo el suelo por los que circula vapor, ventanas orientadas al mar y a un huerto, parterres, todo para proteger la casa de los vientos molestos y distribuido para hacer la estancia fresca en verano y cálida en invierno. Hoy hablamos la las bondades de una edificación eficiente como si la hubiésemos inventado nosotros. La verdad es que no es de extrañar que se quiera mudar a un sitio así.

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